lunes, 20 de febrero de 2017

Galera de Sangre



                

     Debajo de un cielo de paños grises, cuna de centellas que atronaban furiosas hasta asustar a la tierra, que miedosa, temblaba ante su eléctrico tacto. Las calles de la ciudad eran abrumadas por las sombras frías de la noche, y de entre ellas se escondía él. Quien no le temía a la oscuridad y mucho menos a la sangre. Esperó que los goznes metálicos giraran y revelaran la figura que estaba esperando desde hacía horas, cuando lo vio salir del local, surgió de entre las sombras, y allí llevó a cabo su cometido. Desfundó el arma blanca que guardaba oculto en el interior de su bastón y con la hoja fina y férrea, apuñaló al desconocido, si bien era la primera vez que lo veía en persona, sabía muy bien de quien se trataba, lo había estado estudiando durante los últimos días. Sabía que bares frecuentaba, que clase de mujeres lo acompañaban, cuáles eran sus horarios y amistades. Lo sabía todo. Y aquel estudio minucioso que había trabajado el último tiempo lo llevó a este momento justo, y a que fuera factible terminar con el encargo.

     Ni siquiera se paró a pensar, ni siquiera algún miedo lo detuvo, porque era incapaz de sentirlo. Virtudes como el temor y la moral le eran imposibles, y sí, virtudes, porque creía que el hombre que las sintiera era sin duda virtuoso, llenó de sentimientos que él nunca conocería. Incluso en algunas ocasiones extremas llegaba a sentir envidia de ellos. Una dura infancia y adolescencia lo había llevado a ser quien era hoy en día, todos aquellos sucesos que en un principio lo atormentaban, hoy eran la razón que lo hacían el más apto para este trabajo.

     Cuando el trabajo estuvo terminando, retiró el cuchillo del pecho de su víctima. Era algo rudimentario, en esta época podría tener un arma de fuego efectiva y veloz, que le ahorraría gran parte en su oficio, pero seguía prefiriendo aquel cuchillo, no sabía las razones exactas, pero estipulaba que podría ser porque el caudal de sangre no se comparaba, y además podía sentir en la palma de su mano y en la yema de sus dedos cuando la hoja penetraba, eso no se podía experimentar con una bala. Y lo más importante, aquel cuchillo era un vínculo con su pasado.

     Dejó al cuerpo allí, abandonado en aquel callejón escaso de luz eléctrica. Y haciendo uso de aquella oscuridad, la utilizó para irse de la misma manera que había llegado, sin que nadie lo notara.

     Se acercó a un teléfono público y desde allí llamó a su jefe.

     — El trabajo está hecho — fue lo único que dijo y volvió a colocar el tubo de teléfono en su respectivo lugar.

     Se acomodó la galera negra y se aventuró al interior de la lluvia, que caía violenta y filosa.

     Cuando era más joven lo atacaban las pesadillas, que eran fragmentos de realidades vividas, meros recuerdos tormentosos, pero había logrado apagar el tormento superándolo, se volvió peor de lo que le causaban aquellas pesadillas, y si él era más peligroso ya no debía porque temerle. Un padre golpeador, que no hacia distinción entre un niño y una mujer, a ambos le pegaba igual, y sin razón alguna. Con puños, palos, patadas o incluso con la misma botella con la que se había emborrachado, todo era un arma, y las cicatrices de su cuerpo eran testigo de eso.

     Su primer muerte fue la que lo liberó, pero a costas de convertirse en otra persona. Desde ese momento ya no fue el mismo.

     Su padre estaba endeudado hasta los dientes, incluso le debía una gran cantidad a la mafia.

     Aquel día fue como cualquier otro, su padre se pasaba de alcohol hasta volverse violento, y descargaba toda su rabia y enojo contra su madre. La golpeó y esa vez, sucedió algo diferente, la mujer, sumisa y temerosa nunca se había atrevido a enfrentarse a su esposo, pero llegó un momento en el que su paciencia se agotó, ya no podía soportarlo más, y aquel nuevo sentimiento en ella la volvió de ser una mujer sumisa a ser una mujer que por primera vez en su vida se oponía, se negaba a seguir sufriendo, y ese cambio fue su fin.

     El hombre no pudo permitir que se le oponieran, o por lo menos eso le decía su absurdo orgullo. Ni siquiera supo lo que hizo. Sus manos se movieron involuntariamente, tomó un cuchillo de la cocina y con él, apuñaló a la mujer golpeada.

     El niño fue testigo de todo eso, y si bien estaba acostumbrado a ver sangre, nunca la había visto en tanta abundancia.

     — ¿Mamá? — preguntó una y otra vez, y al darse cuenta que su madre no respondía, entendió lo que había sucedido.

     Ese fue el momento clave y culminante. El quiebre de su vida, la metamorfosis de su personalidad. De repente lo embarcaron sentimientos que nunca había sentido, mientras perdía parte se su alma. Tomó el cuchillo que descansaba en el pecho apagado de su madre y saltó sobre el asesino. Su padre no pudo moverse de su lugar. La nueva mirada que se posaba sobre el rostro de su hijo lo asustó, nunca había visto ojos tan locos y apagados, faltos de la luz de la razón.

     El niño se quedó tres días inmóvil, sentado sobre la pared de la cocina, sin mover ni un solo músculo, rodeado de dos cadáveres envueltos en sus sangres ya secas. Y ubiera permanecido allí, entre el sueño y la realidad, muchos día más, pero el ruido de la puerta abriéndose cambio su vida para siempre. Un hombre vestido de negro, con un rostro trazado por una cicatriz, irrumpió en su casa. Él no era un niño tonto, ya había visto a ese hombre un par de veces. Siempre amenazaba a su padre, que si no pagaba lo borraría del mapa, y ese día había ido a cumplir su palabra.

     — Parece que alguien se me adelantó en el trabajo — su chiste había sido algo cruel para la ocasión, pero personas como él le interesan poco los sentimientos ajenos. Y por lo que pudo ver en aquel niño roto, ese jovencito era igual a él.

     Se colocó en cuclillas y miró al niño de cerca, y por la mirada en su pequeño rostro supo que él había matado, no estaba seguro si a ambos padres o sólo a uno. Aquel niño estaba solo, y la vida que le restaba era mucho más difícil y dolorosa. Y personas como esas solo sirven para una cosa, podía verlo en el niño, ya no había vuelta atrás. Y en vez de sentir lástima como cualquier persona pudiera sentir en esa situación, sintió algo muy diferente, sonrió pensando que conocía el lugar perfecto para esta criatura, donde podría explotar su nuevo don mucho más. Estaba seguro que sería una gran inversión para la organización, entonces lo tomó en brazos y lo llevó con él a un nuevo mundo del cual ya no habría escapatoria.

      Desde ese día lo habían integrado a la mafia, era como una nueva familia, así lo sentía, incluso lo trataron mejor que en su casa, siempre tenía la panza llena mientras hiciera los encargos que le encomendaban. Y así creció, hasta convertirse en el hombre que era ahora, mataba para comer con el mismo cuchillo que lo inicio en aquella vida. El mismo cuchillo que uso su padre para matar a su madre, y que luego usó él mismo para vengarla, es el mismo que guardaba en el interior de su bastón.

      Así pasaron los años, cada muerte nueva era una mancha más a su alma oscura. Cada gota derramada se llevaba de él un poco de su humanidad, y así se convirtió en lo que era ahora, era una mera cascara vacía.

      Cuando el creyó que el resto de su vida consistiría en eso, sangre y seguir viviendo sin un propósito, siquiera sabía decir si a eso se lo podía describir como vivir, incluso a veces llevaba la mano a su pecho para asegurarse que su corazón seguía allí, sus latidos eran el único indicio de que aún seguía vivo, seguía siendo un humano. Y cuando creyó que seguirá todo igual, que nada podría ya cambiar, la realidad se burló de su inocente pensamiento, porque el tiempo es inestable, víctima de la fortuna que lo mantiene en constante ósmosis.

      El segundo quiebre en su vida se dio un día señero, singular e irrepetible. Se encontraba en la casa del nuevo jefe de la mafia, el mismo hombre que lo había recogido aquel día de su casa, que lo había abstraído de aquella escena sangrienta para iniciarlo en un nuevo mundo. Aquel hombre que era lo más parecido que tenía que podría llamarse le familia, un padre.

      Le tenía una nueva tarea asignada, de suma importancia que pocos sabían de su existencia en la organización. Se trataba de un hombre, un detective, que había estado entrometiendo su nariz en la organización a tal punto que se había vuelto peligroso para la misma.

     — Quiero que te encargues de él y de su casa. Será una advertencia para los futuros husmeadores que quieran meterse con nuestra familia.

     La familia, así se llamaban a sí mismos los que pertenecían a la organización. Pero ¿Realmente lo era?

     Hizo lo que le encargaron, tiñó de rojo oscuro el suelo, con la sangre del detective y su esposa. Estaba por volver a la mansión de su padre cuando una pequeña voz, algo dulce e infantil.

     — ¿Mamá? — Esa pregunta lo remontó tiempo atrás, era la misma que él había formulado en una escena similar. Los padres del niño estaban muertos al igual que los suyos, y después de mucho tiempo sintió algo, el hecho de experimentar algo nuevo le fue abrumador, incluso robó su respiración por unos segundos. Y lo que sintió no se pareció en nada a lo que sintió el jefe de la mafia al verlo en medio de los cadáveres de sus padres. Fue una emoción muy distinta. Tristeza. Tristeza. Y más tristeza, era dolorosa, casi insoportable. Era como si le desgarraran el pecho con garras invisibles. Pero al mismo tiempo su alma obtuvo un poco de luz en medio de tanta oscuridad.

      Los ojos del niño se iluminaron a causa de la luz de la lámpara que rebotaba sobre sus lágrimas. Solo tenía dos opciones: matarlo o llevarlo a la organización. Pero a simple vista este niño no tenía un alma como la suya, era puro y brillante. Entonces lo correcto era matarlo. Pero no pudo siquiera moverse de su lugar. No podía arremeter contra aquella criatura.

     Matarlo o llevarlo a la mafia.

     Sólo dos opciones. ¿Por qué no podía haber una tercera? No quería matarlo ni tampoco volverlo alguien tan oscuro como él. No quería que el ciclo continuara.

     — ¿Quién eres? — preguntó el niño asustado sin poder detener las lágrimas.

     El asesino de la galera se acercó al niño y acarició su cabeza para tranquilizarlo.

     — He venido a salvarte— le dijo. El niño lo miró esta vez con menos miedo, creyendo que el hombre con la galera y un bastón era una especie de héroe como el que salía en los cuentos que le contaba su madre antes de dormir.

     El asesino tomó al niño en brazos y salió de la casa. Se rehusaba a llevar al niño a la organización, y también se negaba a volver a poner un pie en esa mafia. Necesitaba una razón para salir de esa vida y la había encontrado. Sabía bien que a partir de ahora las cosas no serían fácil, uno no desobedece al jefe de la mafia y la abandona tan fácilmente, pero confiaba en sí mismo y haría todo lo necesario para cortar con aquel ciclo.

jueves, 2 de febrero de 2017

Sucesión Real


                Aquel rey, de cuyo reino ya nadie recuerda su nombre, yacía sobre su lecho, incapaz de moverse, porque año tras año su dolor corporal iba en aumento hasta un punto sin retorno. Entonces cuando comprendió que ya no saldría de su enfermedad, mandó a llamar a sus dos hijos varones, sabiendo que era hora de sucederles su reino.   
                Los jóvenes se congregaron alrededor de la cama de su padre, este se veía demacrado, sin fuerza, por culpa de su tan larga enfermedad, que lo consumía día y noche como un parásito.
                El anciano extendió su mano, con dedos envueltos en piel arrugada, y abrió su boca lentamente, incluso hablar le exigía de un gran esfuerzo físico y mental.   
— Amados hijos, saben bien que su padre está en el umbral de su vida, y no intenten convencerme de lo contrario, lo sé bien. La muerte me acecha cada día nuevo, lo siento en el cuerpo, como pierdo las fuerzas lentamente, como cada vez es más difícil respirar y mantenerme despierto. Por eso he decidido ver mí legado todavía en vida, el reino que he sembrado y madurado todos estos años de vida, hoy les toca heredarlo. Para mi hijo mayor, Egidio, serás señor de las tierras del norte y del este, tu poderío se extenderá desde la ciudad de Agar, hasta los campos de Bieito, para mi segundo hijo, Galvan, dejo en tus manos el sur del reino, tanto la ciudad de Cenon, los pueblos del monte Eduvigis y las mesetas de Florian, te pertenecen. Ambos, a partir de hoy los nombro reyes, reyes hermanos. Obren con inteligencia y esparzan la justicia sobre sus tierras, esa es la fórmula de la prosperidad.   
Los hijos se despidieron de su padre cuando este terminó de hablar, y se encaminaron a la salida, el anciano necesitaba dormir para que la medicina surgiera efecto.
Galvan esperó a que su hermano mayor cerrara la puerta de la habitación del padre, y mientras retomaban la marcha hacia el pasillo, se dispuso a hablar, con la voz cargada de sincera alegría.
— Querido hermano, le felicito por heredar las mejores tierras del reino, y le deseo un mandato prospero y tiempos de paz. Será un rey que todos honraran y adoraran, estoy seguro de ello.
— Calla Galvan, soy consciente de mi valía, y también lo soy del hecho que me han despojado de lo que por naturaleza me pertenece.
— ¿De qué estás hablando?
— No me engañaras con tu teatro de confusión. Ya es suficiente vergonzoso crecer viendo como un niño bastardo es tratado como uno legítimo, incluso nombrado infante — Egidio pronunció una carcajada burlesca — Mi padre siempre fue de corazón blando, al otorgarle tantos beneficios a un niño nadie, eres consciente que todos estos atributos no te pertenecen, y sin embargo no has hecho nada para ponerte en tu lugar, has aceptado las condiciones de mi padre con una sonrisa altanera, en vez de quedarte en donde correspondes.   
— Mi conciencia está limpia, porque no he tomado nada más valioso de lo que una vez mi hermano mayor tuvo, siempre eligiendo las telas menos hermosas, el corcel menos veloz, nunca una pertenencia de más valor que la tuya, soy tu hermano menor, cierto es que de madre desconocida, un hijo ilegitimo, bastardo, y no me avergüenza decirlo, porque conozco mi lugar.
— Un hijo ilegitimo que sabe su lugar, no se haría con la mitad del reino, que por ley natural me pertenece, a mí, el único hijo de la reina.   
— Nunca he rechazado algo obsequiado por mi padre, y no lo haré ahora, porque lo amo bastante, por haberme querido como a un  hijo legítimo, aunque no lo sea, por lo que no puedo despreciar sus intenciones, porque sus deseos son prioridad para mí.
— Has mostrado tu verdadera cara, tantos años engañando a mi padre, pero al contrario de vuestro padre yo en ningún momento he caído en tus trampas.  
Galvan cambio su expresión al darse cuenta que era inútil intentar convencer a su hermano, decidió en acabar la discusión y marcharse a su alcoba.       
— Ojala un día descubras que tan equivocado estás — y se marchó, caminando algo apresurado, apretando los puños a los costados de su cuerpo, intentando mantener los sentimientos que sentía a raya, le dolía que su hermano dijera aquellas cosas sobre él.  
Egidio miró como su hermano se alejaba a lo largo del pasillo, y solo pudo pensar en cuanto odiaba a su hermano, y que su sola presencia siempre había restado un poco de la de él, porque si él no hubiera estado todo este tiempo, él siempre podría tener un poco más. No podía verlo más que como un parásito, como alguien que absorbía su luz, su poder y al fin y al cabo su sangre pura, porque Galvan, hijo ilegitimo, de sangre sucia, tal vez esa era la única forma que tenía para purificar su sangre. Le repugnaba la sola idea de imaginárselo como un insecto pegado a él. Recordó todo lo que había perdido, no solo fortuna era lo que le robaba, también se había llevado a la mujer más hermosa del reino, alguien que él pretendía desde muy joven, y lo que más le dolía, el favor de su padre, quien siempre parecía salir a favor de Galvan, como si tuviera preferencia por él, y bien que la tenía. Y fue en ese momento, en medio de ese huracán de ira y celos que sentía, que se juró a sí mismo que recuperaría todo lo que su medio hermano le había arrebatado. Volvería a unificar el reino, y dejaría a Galvan sin nada.      
Los días pasaron, cada príncipe pasó por la ceremonia de coronación, asumiendo las tierras que le eran dadas por su padre. Los reinos crecían, divididos, pero a la par. Pero no importaba cuanta prosperidad recibiera Egidio, no le era suficiente, mientras su hermano fuera feliz, él no podía disfrutar de sus riquezas. Así que no tardó mucho en comenzar aquello que Egidio consideraba el propósito de su vida, porque era lo único en lo que podía pensar, era lo único que deseaba.
Estaba sentado en su despacho, mientras su mente maquinaba todas estas ideas. Interrumpido por un llamado a la puerta, pudo sentir como la comisura de su boca se elevaba levemente, estaba esperando, expectante y algo emocionado que Nuño terminara el trabajo que le había encomendado.      
— Don Egidio, he terminado con la investigación.
— Muéstrame — afirmó más emocionado de lo que debería.
Nuño se acercó sigilosamente, cada vez que caminaba era como si lo hiciera el viento, silencioso y desapercibido, esa era una de las razones por la cual Egidio mantenía al chico en el palacio, además de ser sumamente eficiente en todas sus tareas, también era nada bullicioso. El joven le entregó un par de hojas al monarca, quien las recibió sin poder borrar aquella sonrisa de su rostro.
— Has hecho un buen trabajo — comentó mientras le daba una hojeada al informe, donde se detallaban los proveedores y comerciantes más importantes del reino de su hermano, además había un mapa dibujado a mano, seguramente por el mismo Nuño, indicando cuales eran las rutas y los lugares de encuentro donde se llevaban a cabo los negocios más importantes — Comenzaremos de inmediato. Reúne un grupo de hombres que se vean como delincuentes corrientes, interceptaran a los proveedores mercantiles y a los recaudadores de tributos aquí, aquí y aquí, mátenlos y róbenles toda la mercancía. Luego quiero que inicien un incendió en los campos del monte Eduvigis, allí es de donde deriva su mayor producción. 
Nuño prestó atención a sus indicaciones y las guardó en su cabeza, pero había una duda que le carcomía, y no sabía si la confianza que el rey mostraba hacía él era suficiente como para realizar aquella pregunta, pero al final optó por arriesgarse.
— Don Egidio, disculpe mi impertinencia, pero ¿Que pretende lograr al obstruir el reino de su hermano, Don Galvan, económicamente?
— Él no es mi hermano, no es más que un enemigo. Si su reino cae en recesión, mi padre se verá decepcionado de él — lo último lo dijo conteniendo una carcajada.      
Nuño se mantuvo de seguir escarbando por información, aunque lo deseara, sabía que su rey apreciaba a las personas que no se inmiscuían donde no les correspondía hacerlo. Así, que luego de despedirse del rey como correspondía, se marchó a poner en obra las indicaciones del monarca, las que por ahora permanecían solo en su mente.     
Una sucesión de hechos transcurrió de manera consecutiva en el reino de Galvan, algunos de sus funcionarios terminaron muertos, al igual que los mercantes que proveían a las ciudades y también perdió los tributos recaudados. Eso era un duro golpe a la economía de su reino. A pesar de que los asesinos no pudieron ser identificados, Galvan guardaba cierta sospecha sobre quien podría estar implicado en estos sucesos, si bien no se atrevía a poner el nombre de quien creía culpable en palabras reales, no podía sacarlo de su mente. Y para peor, se estaba desatando un incendio incontrolable en el monte Eduvigis, consumiendo hectáreas de plantaciones. Debía actuar rápido, pero no podía arriesgarse a culpar a su hermano, y mucho menos a pedir su ayuda, porque sabía muy bien que no lo escucharía. Se sentía frustrado y solo había un lugar a donde podía recurrir, y estaba seguro que en presencia de aquel hombre lograría aclarar su cabeza.    
— ¿Galvan? — Lavinia, la esposa de Galvan, al ver que su esposo se preparaba para salir del palacio, no pudo contener su curiosidad — ¿A dónde te diriges en estos tiempos de crisis?   
— Mi amada Lavinia, iré a ver a mi padre, esperó que aquel hombre me presté un poco de su sabiduría. Solo a él puedo recurrir en estos momentos.
La mujer asintió en comprensión, y vio desde la puerta de entrada, como su esposo se alejaba, escoltado por la guarnición real, en dirección al viejo castillo.
Cuando Galvan llegó, encontró que él no era el único que había ido de visita al castillo de su padre, sino que su hermano mayor también se encontraba allí, aunque desconocía las razones, no podía evitar desconfiar de su visita, era como si lo estuviera esperando.
— Galvan, ¿Qué haces aquí?, los rumores de que tu reino está atravesando una etapa de crisis llegó hasta mi gente. La noticia me sorprendió un poco. Todo tan repentino.
Galvan supo leer la sorna en la voz de su hermano, a pesar de que era casi imperceptible, estaba allí, como un puñal, que hiere a la carne, la rebana y aplica dolencia. Pero Galvan no se iba a dejar herir por sus palabras, porque tenía una intuición interna, de que nada era lo que parecía.
— Es cierto, funcionarios, mercantes y recaudadores muertos, y un incendio en los montes. Son un duro golpe, pero no es lo suficiente fuerte como para tirar a su rey. Solo queda encontrar quien está detrás de todas estas tramoyas. Que estoy seguro, que no debe ser más que un pobre hombre, al cual no podría odiar, mas desearle que vuelva al camino de la rectitud. Tanto rencor hacía un solo hombre no es sano.
Egidio sintió como si alguien le golpeara en la cabeza, solo fue una sensación producida por sus palabras, porque era como si su hermano supiera que él era el culpable de todos los atentados, a pesar de que no tenía ninguna prueba en su contra. No pudo responder, porque si intentaba defenderse sabía que estaría poniendo en evidencia su culpabilidad, así que solo optó por ignorar su acusación poco transparente, y actuar de desentendido. 
— Siendo ese el caso, deseo que puedas resolver esto pronto.
— Tu manera de decirlo me indica que en verdad quieres todo lo contrario.
Sí, ni siquiera pudo borrar el tono burlesco de aquella oración, y no le importaba, insultarlo era como una pequeña batalla ganada, o por lo menos eso sentía Egidio cada vez que importunaba a su hermano con palabras.            
Egidio sonrió entre triunfante y maquiavélico. Mientras que la expresión de Galvan se tornaba algo entristecida, nunca pudo comprender aquel odio que él consideraba sin sentido que mantenía Egidio hacía él.
El hermano menor no dijo nada más, ignoró la presencia de su hermano, y se dirigió a la habitación donde descansaba su padre, todavía frágil, si bien al borde de la muerte, todavía no había perdido ni un trecho de su lucidez.    
— Galvan, mis ojos se alegran de verte, querido hijo.
— ¿Puedes alegrarte al ver un hijo tan inútil?, tus tierras, a mí confiada hoy corren peligro. 
— Si no fueras apto para ser señor de ellas, nunca te las hubiera dado. Eres inteligente y calculador, pero lo más importante, nunca te dejas llevar por los sentimientos, en eso eres todo lo contrario a Egidio, quien no dudaría ni un segundo en actuar según lo que padece. Mantente siempre frío como has hecho hasta ahora, y veras como serás capaz de solucionar todo, porque el calor del corazón nubla la razón de la mente. Recuerda siempre eso.   
Galvan, quien se había mantenido parado a un lado del lecho, escuchó las palabras de su padre con atención, y las guardó muy dentro de sí, porque saber que su padre no se sentía decepcionado de él, era un disparador de felicidad. 
Egidio también había escuchado aquella conversación, escondido a un lado de la puerta, comenzaba a sentir como la frustración rugía y se mezclaba con la ira en crecimiento. Se suponía que su padre debía reprenderlo, decirle cuanto deshonor había traído para aquel viejo a punto de morir, pero no había sido eso lo que había escuchado. Tanta alagaría le enfermaba. Se sentía como un animal rabioso, y con esa sensación comenzó a caminar, se alejó del castillo cabalgando a toda velocidad, exigiéndole más de lo que debería a su corcel. Estaba cansado de que le robaran su lugar, el reconocimiento y todo aquello que le pertenecía.
— ¡Asqueroso bastardo! — gritaba mientras pasaba los quilómetros de su reino, en dirección a donde creería que por fin podría cobrar la venganza que necesitaba. Solo había un lugar al que podría ir para terminar con todo de una sola vez, y si quería que funcionara debía asegurarse con sus propios ojos y destruirlo con sus mismas manos. La sangre le hervía, antecediéndose a lo que haría a continuación.    
Mientras tanto, Galvan, con la mente llena de pensamientos y el corazón rebosante de determinismo, sonrió al escuchar las palabras de su padre. Era sabio, y agradecía a Dios por haberle hecho hijo de aquel hombre. El antiguo rey miró a su hijo, y con una sonrisa en los labios, comenzó a sentir como aquella pequeña llama que lo mantenía despierto se apagó, sus parpados se cerraron con parsimonia.
Galvan sintió tristeza al darse cuenta que había perdido a su padre. Las lágrimas corrieron por sus ojos e intentó ocultarlas detrás de la palma de su mano. Pero lo que había dicho su padre, eran palabras que podrían convertirse en brisa si no hacía algo por solucionar su relación con Egidio. No debía desesperar, y sabría qué hacer. Y cuando sus lágrimas cesaron se decidió, entonces salió de la habitación en busca de su hermano.  
— ¿Dónde está Egidio? — le preguntó a uno de los sirvientes.
— Se ha marchado de improvisto.
Galvan lo comprendió de inmediato. Ya era muy tarde para arreglar las cosas. O tal vez no. Sabía que no encontraría a Egidio agazapado en su palacio, no, ni tampoco lo vería recorriendo sus jardines o plantaciones, no, estaba seguro que allí no lo encontraría. Tomó el caballo más veloz del establo y corrió lejos del castillo y lejos del reino.
Llegó a los límites de las tierras de su hermano, y se internó en las de su reino, hasta llegar a su propio castillo. Saltó del caballo y corrió indicándoles a sus hombres que abran las puertas. Anduvo por el interior del castillo, camino a su despacho.
— ¿Lavinia? — preguntó con el temor agarrotándole el corazón.
— Los muertos no responden a preguntas — la voz que le respondió no era de quien esperaba, pero le seguía siendo familiar. Aquella oración paralizó su mente por un instante, y sintió como un fuego invisible subió hasta su rostro.
Galvan dio un paso dentro del despacho para encontrar el peor de los escenarios. Lavinia, su esposa, se encontraba recostada sobre un lago escarlata, inmóvil, sobre el frío azulejo del piso. Más allá, sentado en el sillón que le pertenecía, el mismo sillón donde llevaba a cabo todos sus trabajos, allí se encontraba su hermano, sentado con las piernas abiertas, y las palmas de las manos descansando sobre una empuñadura con recubiertos de plata y oro, perteneciente a una hoja larga y metálica, húmeda en sangre. Galvan intentó mantener la compostura, no podía sentirse desfallecer en estos momentos, como le había dicho su padre: el calor del corazón nubla la razón de la mente.   
Galvan tomó un sable que descansaba como ornamentación en la pared, cerca a la estufa, sin quitarle los ojos de encima a Egidio.
— Mi esposa, mi reino, ¿Qué más piensas quitarme?     
— No he hecho más que quitarte lo que me pertenecía. Yo fui primero en cortejar a Lavinia, pero cuando un chico bastardo piensa casarse con ella, la infanta más nuestro padre te eligen a ti. Destruiré todo lo que me quitaste, y te mataré. El reino volverá a lo que era, uno solo, volverá a su verdadero señor.
— Has sido infeliz toda tu vida, guardando rencor absurdo. Estaba pensando en darte una oportunidad, pero llegué muy tarde, y por actuar tarde Lavinia está muerta.
Galvan y Egidio encontraron armas, el choque de metales atronó es toda la sala, rebotando aquel sonido agudo y férreo. Egidio era más fuerte y habilidoso, pero abrumado por la ira, luchaba sin pensar en los movimientos de su cuerpo, era como si se enfrentara a un animal rabioso, sin entendimiento, solo luchando con la guía de su instinto. En cambio el hermano menor mantuvo su corazón sereno y su mente fría, esa fue su ventaja, aquella fue la fuerza que le dio la victoria en la batalla. El sable travesó el corazón de su hermano, quitándole la vida, y fue entonces, cuando el cuerpo de Egidio cayó al suelo sin vida, que Galvan pudo por fin dejar abrumarse por los sentimientos que había estado conteniendo. Tristeza. Dolor. Confusión. Angustia. Melancolía. Y el ramalazo de la perdida, hicieron su aparición, como un huracán tomaron presencia en su interior, y cayendo de bruces se entregó al quiebre.   
Los tiempos transcurrieron lentamente, y un día, mientras Galvan visitaba el cementerio de su familia, se quedó frente a la tumba de su padre más tiempo del que acostumbraba.
— Estoy cuidando del reino con la sabiduría que has compartido todos los años que permaneciste conmigo. Mantengo mi corazón frío para crecer mentalmente, volverme un mejor rey y hombre, anhelando banalmente alcanzar tu sabiduría y convertirme en el hombre que una vez fuiste. Si bien las tierras volvieron a unificarse, hubiera deseado que las cosas hubieran sucedido de otra manera.             Y allí se quedó, contándole a su padre lo que sucedía y dejaba de sucederle, como enfrentaba los problemas y los solucionaba, y cuanto extrañaba a él y a su difunta esposa, que eran aquella compañía cálida que lo escoltaban en la vida. Luego caminó más allá, hasta pararse frente a una tumba algo tosca, con la estatuilla de un arcángel extendiendo las manos vacías.
— Un deseo siempre aquejó a mi corazón, amor fraternal, que el rencor unilateral nunca hubiera existido, pero aquel deseo no es más que un sueño ligero, que se esfuma con la realidad que arrastra, día tras día, mi vida, mi salud, mi juventud.  
Galvan desfundó la espada que había pertenecido a su hermano, la misma que había utilizado para asesinar a su mujer, la misma que había chocado en batalla cruel, y luego de sostenerla unos minutos fuertemente por la empuñadura, hasta que sus puños se volvieron blancos, la apoyó sobre las manos desnudas y regias del arcángel de piedra, mientras pronunciaba un poema que conocía bien, con los ojos convertidos en caudales de agua salada:   
Por muchos pueblos y por muchas aguas llevado,
vengo, hermano, a estas miserables profundidades,
para honrarte con el último oficio fúnebre
y hablar inútilmente a tu muda ceniza,
puesto que el destino te alejó de mí,
¡ah! infeliz hermano, injustamente arrancado de mí;
ahora, sin embargo, acepta esta ofrenda, que por antigua costumbre
es lanzada a las profundidades en tu triste oficio,
mojada en llanto fraterno, enormemente,
y para siempre, hermano, hola y adiós.